Les cuesta mucho a los políticos, a quienes tienen responsabilidades institucionales, reconocer cuando no saben o fracasan. O cuando no cumplen metas propuestas. En sus informes debería constar lo que se hizo y lo que no se hizo. Es tan importante como decir aquello que se ha realizado.
La lucha contra la violencia en las cárceles y en las calles se está perdiendo. Es una bofetada al sentido común sostener lo contrario. Pedir recursos para lograrlo suena utópico, porque aparentemente no disponemos de personal altamente capacitado para hacerle frente con eficacia y con la menor pérdida de vidas posible. No se cuenta con los equipos físicos, tecnológicos y humanos necesarios, no se cuenta con una justicia que pueda ejercerse como tal. Falla todo el sistema.
A pesar de las palabras y las promesas, siempre se llega tarde a las balaceras, a los muertos, a los quemados.
Tenemos miedos colectivos, pero hacemos un culto a la violencia, en las redes sociales, en las noticias, en las novelas, en las conversaciones, en las fotos que se toman.
Está presente en las conversaciones de la tienda, en los supermercados, en las películas, en las series, en el bus, en los colegios y universidades. Es omnipresente.
Con Roberto Carlos quisiera repetir: “Yo quisiera poder aplacar esta fiera terrible.
“Quisiera poder transformar tantas cosas imposibles. Quisiera decir tantas cosas bonitas que pudieran hacerme sentir bien. Yo quisiera poder abrazar mi mayor enemigo.
“Yo no puedo aceptar ciertas cosas que ya no comprendo, el comercio de armas de guerra, viviendo de muertes. Yo quisiera hablar de alegría en vez de tristeza mas no soy capaz. Yo quisiera ser civilizado como los animales”.
Con Eduardo Galeano sé que la violencia engendra violencia, pero también engendra ganancias para la industria de la violencia, que la vende como espectáculo y la convierte en objeto de consumo.
Y de imitación, de culto y de moda, por desgarrador que esto sea.
Y que las víctimas principales son los niños y los jóvenes. Muchos de ellos no han conocido otra realidad, en ella se crían y sobreviven, sobre todo en la querida Esmeraldas, provincia olvidada de casi todo el resto del país. De los gobiernos está claro que no han sido prioridad, pero el resto de la población la ve y siente lejana, en la frontera, hermosa en sus playas y en sus ritmos candentes, en sus mujeres y en los deportistas que cubren de gloria el país, pero lo que allí sucede, la guerra que allí se libra, está casi ausente de las preocupaciones cotidianas de la mayoría, ocupados como estamos en que un acontecer dramático oculte el anterior. Cuando las malas noticias permanecen se crean callos en el corazón, en la ternura y el abrazo que debería unirnos. Los dejamos solos con su dolor, su angustia, sus temores, y casi los acusamos de protegerse y cerrar temprano sus negocios, como dio a entender un alto funcionario público.
La única posibilidad de cambiar esa realidad es conociéndola. Cuando se toca fondo, resurgir es la tarea. Por eso hay que reconocer de frente el fracaso para levantarse, lo contrario retrasa las soluciones y hace más duro lograr los cambios necesarios y urgentes, que por eso mismo requieren lucidez, no justificaciones, y empatía.
Por Nelsa Curbelo
Fuente: El Universo